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Fanzara, el milagro de un museo inacabado y un pueblo que volvió a reencontrarse

06/03/2019 Área: Desarrollo rural Fuente: El País

Mural del Museo Inacabado de Arte Urbano.

  • El MIAU es una experiencia artística y social que ha revolucionado el mundo del arte callejero y que ha permitido a los vecinos del pequeño pueblo de Fanzara recuperar la convivencia que se había perdido.

Artículo de Natalia Quiroga, publicado en El País.

Nadie dijo que la historia de un pueblo no pudiera reinventarse en sus paredes. Ni que dos personas que habían dejado de hablarse no pudieran reencontrarse en un grafiti. Es probable que no haya viaje más largo que el de una pared pintada contando la historia en presente de un pueblo y de sus vecinos, reinventados, reencontrándose.

Estamos en Fanzara, Castellón: 281 habitantes y un museo inacabado de arte urbano, el MIAU: sin puertas, sin tickets, sin nada más que las fachadas de las casas, los vecinos y los artistas. Podría ser esta que os voy a contar una buena fórmula para la resolución de conflictos internacionales o un buen modelo para la revitalización del mundo rural en la, cada vez más presente, España vacía. Pero no. Esta es la experiencia particular de un pequeño pueblo de la costa donde los artistas y el arte llegaron hace cinco años para ayudar a recuperar la convivencia entre los vecinos que un día se fracturó.

Pero, ojo, spoiler: aquí todos -artistas, vecinos y arte- salieron ganando. Porque, cuando uno se pone a convivir apuntando a lo profundo, el proceso te atraviesa de arriba abajo, vengas de donde vengas.

En Fanzara hay un río, el Mijares, rodeado de montañas. Una buena parte de sus 34,5 kilómetros cuadrados de superficie está poblada por grandes extensiones de bosque, un pequeño paraíso natural a las puertas del Parque Nacional de la Sierra de Espadán. En Fanzara, por lo demás, apenas hay dos bares, una panadería, una pequeña tienda de ultramarinos, una ermita, una peluquería y mucha gente muy mayor. Un día hubo un proyecto del Ayuntamiento para instalar en el pueblo un vertedero de residuos tóxicos y peligrosos. Y aquello fue la fractura. "Hubo familias que se dejaron de hablar; grupos de amigos que se separaron; denuncias entre vecinos... la convivencia se hizo totalmente caótica", explica Rafa Gascó uno de los precursores del MIAU.

El pueblo, como ocurre en tantas familias, se dividió en dos: los de "sí" al vertedero, que quizás quisieron ver las oportunidades laborales que podría ofrecer el proyecto; y los del "no", que veían que ese proyecto acabaría con la riqueza natural del pueblo y con todos los de alrededor.

En el bloque del "no" se organizaron como plataforma y empezaron a movilizarse en las calles, a presentar alegaciones judiciales, a hacer ruido, mucho ruido. Hasta que entendieron que, si el proyecto surgía del Ayuntamiento, lo que había que cambiar era eso: en 2011, los del "no" llegaron al consistorio y la primera medida que tomaron fue eliminar la idea del vertedero y con él, el peligro de sus residuos tóxicos.

Lo que perduró -estaba claro- fue la fractura social dentro del pueblo. "La cosa estaba tan mal, que por lo menos aspirábamos a poder saludarnos por la calle".

Arte urbano para recuperar la convivencia

En una de las primeras intervenciones artísticas del MIAU, en las paredes del taller de uno de los vecinos del pueblo, Román, aparecieron pintadas unas manos gigantes, montañosas, desgastadas. Desde el colectivo italiano FX, después de pasar la tarde con él, le preguntaron: "¿Cómo te has ganado tú la vida?", y Román, sin dudarlo, pensó en el que había sido su sustento y el de su familia: "Yo, con estas manos". Y eso pintaron, las manos de Román como símbolo de la dureza del mundo rural, del trabajo en el campo, de la historia de ese pequeño pueblo de 281 habitantes que hoy es Fanzara.

Este museo de arte urbano está hecho, sobre todo, de conversación, de encuentro, de hospitalidad. Esa fue la idea, la propuesta de solución, que ganó en aquel momento en que mucha gente del pueblo ya no se hablaba. "Creíamos que intentar juntar a dos personas que se llevan mal así porque sí iba a ser muy complicado. Recurrimos a los artistas un poco como conejillos de indias, al colocarlos entre dos personas que no se llevan muy bien. Nos parecía simplemente que podía funcionar, no es que hubiera un estudio sobre el que basarnos. Solo intentamos que el artista actuara como un intermediario entre los vecinos", explica Javier López, también fundador y organizador del MIAU.

Un experimento social y artístico o, como explica Javier, "una especie de sueño que no teníamos claro si acabaría saliendo bien".

Javier y Rafa consiguieron convencer a sus vecinos -recordemos que la media de edad sigue estando en Fanzara por encima de los 70 años- con la idea de que podrían reinventar el pueblo a través de un museo al aire libre, en el que los expositores serían las fachadas de sus casas y donde acogerían a cualquier artista que, de manera voluntaria, quisiera mezclarse con ellos y exponer su obra. Donde el hilo invisible de las relaciones entre unos y otros, sus vidas, acabarían expuestos al aire libre las 24 horas, los 365 días del año. Un proyecto rompedor y sin referentes previos -incluso para un barrio de Londres- estaba aterrizando en una villa de menos de 300 habitantes.

Referente en el mundo del arte urbano mundial

Los comienzos no fueron fáciles. "Estuvimos tres años intentando encontrar a algún artista interesado a quien poder explicarle el proyecto", cuenta Javier. Finalmente, consiguieron acercarse al colectivo Mur-murs, de Menorca, dedicado al arte urbano, que les ayudó a presentar la idea a otros artistas.

De repente, en solo tres meses, habían conseguido la participación de 21 artistas, entre ellos, algunos de los más reconocidos del país como Deih; Julieta Xlf; Escif, ‘el banksy valenciano'; Hombrelópez o Susie Hammer, entre otros. En septiembre se inauguraba el MIAU: cuatro días de convivencia que dejaron 44 intervenciones artísticas. "Habíamos comprado pintura blanca de sobra por si había que retirar todas las intervenciones", explica Javier. "Al principio solo teníamos cinco paredes cedidas por el Ayuntamiento y otras cinco de los vecinos, pero al ver la calidad de las obras, más y más vecinos fueron ofreciendo sus fachadas".

Y, precisamente por el entusiasmo creciente de los fanzarenses, el MIAU ha ido creciendo como ellos han elegido: los vecinos empezaron a acoger a los artistas en sus casas y a asumir tareas de organización; se empezaron a acoger talleres y visitas guiadas durante todo el año y, hoy, no hay fin de semana que el pueblo no se llene de gente con la cámara al hombro. "En Fanzara solo hay un colegio con 14 estudiantes, pero el pueblo a menudo está lleno de niños, autobuses llenos que llegan para hacer talleres, para ver las pinturas en las paredes. Eso también es vida para el pueblo".

Para las personas detrás del MIAU es muy importante que el museo siga respetando los ritmos de sus obras más preciadas, las personas. "Todo esto durará hasta que los vecinos quieran que así sea, porque el proyecto depende de ellos, al igual que del voluntariado de los artistas". Aquí todos tienen claro que no se trata de escalar hacia arriba, sino de ganar profundidad: "El proyecto sigue siendo pequeño y sostenible. Se podría pintar todo el pueblo, pero ese ya no sería nuestro proyecto, dejaría de ser un proyecto de convivencia", explican.

De manera insospechada, aquella primera experiencia también sirvió para poner el pueblo muy alto en el panorama artístico mundial. "Una revista especializada catalogó la intervención "The Visitor", del artista valenciano Deih, como una de las 20 mejores intervenciones del mundo. ¡Nada más empezar!". Hoy, la experiencia artística de Fanzara es conocida y reconocida en todo el mundo y por el pueblo no han dejado de pasar artistas de primer nivel como Axel Void, Bifido, Boa Mistura, Carlos Callizo, Dan Ferrer, Jofre Oliveras o Elsa Guerra, por nombrar solo algunos.

Un intercambio de ida y vuelta

El primero en ofrecer la pared de su casa a los artistas, reconoce, no estaba nada convencido. "Pero luego ves la armonía que se crea entre los artistas y los habitantes del pueblo y te acabas enganchando. Cinco años más tarde, estoy deseando que llegue julio para que empiece el MIAU, los artistas son ahora nuestros mejores amigos".

Al contarlo, todos coinciden en resaltar que lo más bonito que se ha creado con el MIAU no son solo las fachadas llenas de arte, sino ese vínculo y ese intercambio, que va de un lado a otro y que se expande mucho más allá de los cuatro días de convivencia. "Son artistas que han viajado mucho", explica Rafa. "A través de ese intercambio, la gente del pueblo puede viajar fuera a través del relato de los artistas y los artistas, que suelen ser de ciudades más grandes, tienen la oportunidad de acercarse y empaparse del mundo rural".

La experiencia inacabada de Fanzara es, en realidad, un viaje interminable y un recordatorio imprescindible: las personas estamos hechas para encontrarnos.

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