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De la ciudad al campo

10/08/2009 Área: Juventud y Mujer Fuente: Diario de Burgos

La crisis económica está llevando a no pocas personas a plantearse su futuro laboral. Jóvenes que habían abandonado el medio rural en busca de mejores oportunidades en la ciudad están volviendo al campo tras perder sus trabajos y observar las dificultades para encontrar empleo.

Desde hace una década, el número de agricultores y ganaderos burgaleses -dados de alta en el Régimen Especial Agrario (REA) de la Seguridad Social- ha descendido un 42%, al pasar de 10.500 en el año 1997 a poco más de 6.000 en el año 2007, según los datos facilitados por la Cámara Agraria. En el año 2008 esa cifra disminuyó, pero a menor ritmo, y en 2009 se contabilizan en torno a 5.700. Sí, la cifra sigue bajando, pero lo hace una velocidad más moderada.
¿Dónde se observa que los jóvenes están volviendo al campo? En las listas de matriculados de los cursos de incorporación a la empresa rural. Si hace dos años, se apuntaban dos o tres personas por convocatoria, «ahora mismo se agotan plazas, con entre 15 y 20 matriculados por curso», indica el presidente de Asaja, Santiago Carretón.

En los últimos años, los hijos de un gran número de labradores y ganaderos no han estado dispuestos a seguir los pasos de sus padres. Estudiaban una carrera o empezaban a trabajar en una fábrica, pero muchos de ellos o no encuentran trabajo o lo han perdido. Por lo que no les queda más remedio que hacerse cargo de las explotaciones de sus padres.

El campo dejó de ser atractivo para muchos jóvenes al ver el esfuerzo que tuvieron que hacer sus progenitores para obtener una rentabilidad escasa. Ahora, a muchos no les queda más remedio que volver.

Es el caso de Eduardo Santamaría. Desde pequeño le ha gustado el campo, a pesar de haber nacido en Burgos capital y haber vivido continuamente en la ciudad. Pero siempre que podía, cuando no había clase y en vacaciones, se escapaba con su padre hasta Quintanilla de las Viñas (localidad situada en la N-234 hacia Salas de los Infantes) para ayudarle en distintas labores. Sin embargo, optó por dirigir su carrera profesional hacia otro punto. Estudió un módulo de delineación en el Simón de Colonia y al poco tiempo ya estaba trabajando. Ha pasado por Antolín y por Ferroli entre otras empresas burgalesas -también estuvo una temporada en Valladolid-.

Pero la crisis le ha hecho cambiar de vida. Ha vuelto al campo para hacerse cargo de las tierras que hasta hace poco trabajaba su padre, cansado de buscar trabajo. No lo ha hecho a regañadientes, porque en su cabeza siempre estuvo la idea de ser agricultor. «Cuando me quedé en paro busqué trabajo, pero al ver que no salía nada acabé por resignarme y decidí dedicarme a esto, porque además me gusta mucho», afirma.

Y no puede quejarse, porque conoce a algún amigo de la zona que quisiera hacer lo mismo y no puede porque su padre todavía tiene edad de seguir trabajando. «Mi padre, porque tiene ya 67 años y se ha retirado, pero si tuviera 50 no podríamos vivir los dos de esto», asegura. Eduardo tiene unas 200 hectáreas plantadas de cereal y de girasol. Y tiene suerte, porque su padre ya había realizado una gran inversión y no necesita hacer ahora grandes desembolsos para continuar con su trabajo.

«Por mucho que una persona quiera dedicarse a esto, como no cuente ya con una superficie considerable y una maquinaria, es muy difícil porque si no la inversión inicial sería millonaria», indica. Por poner un ejemplo, ha comprado un tractor hace poco y le ha costado 75.000 euros. «Un 50% acabará subvencionándomelo la Junta, pero aun así es una buena cantidad», señala.

Ahora bien, «si no te gusta esto, olvídate». Y es que Eduardo también conoce amigos que se han quedado en paro pero que ni se plantean trabajar las tierras de sus padres, «porque no les gusta, nunca les ha atraído lo más mínimo», afirma.

Él lleva desde octubre pasado trabajando en la agricultura y se dio de alta en el régimen de autónomos en enero, tras completar el curso de incorporación a la empresa agraria -en Asaja-, imprescindible para acceder a las ayudas del Gobierno regional.

En las épocas de más trabajo se queda a vivir en la casa familiar de Quintanilla de las Viñas. Y en las temporadas más desahogadas vive con sus padres en la casa de la capital -tiene 27 años y no está casado ni tiene novia-. Cuando está en el pueblo no se siente solo ni se aburre. «Tampoco esta vida es tan diferente del trabajo en la ciudad; cuántas veces llegabas a casa del curro y no hacías nada, ni salías, ni quedabas; pues aquí parecido», explica. Y cuando tiene ganas de salir o ir al cine, Burgos está a poco más de media hora.

Los horarios del campo tampoco le incomodan. No son tan estrictos como en una empresa, «porque las labores son distintas y cada una requiere unas horas determinadas».

Las épocas más duras son las de octubre y noviembre, las de la siembra, y la cosecha, en los meses de julio y agosto. «Pero cosas qué hacer hay durante todo el año», relata. «La máquina de sulfatar hay que ponerla a punto, hay que arreglar la maquinaria, adecentar la nave; nunca paras», agrega.
Del trabajo de oficina no echa de menos nada, «quizás el que sabías que a una hora salías de trabajar y no tenías que preocuparte hasta el día siguiente». Pero el campo tiene la ventaja de que «eres tu propio jefe».

Los momentos de ocio los dedica a varios asuntos. Por un lado, a la música, ya que forma parte de un grupo -Alto Mercao- en el que toca la batería. Lo componen su hermano y dos amigos de un pueblo de al lado. «Ensayamos, damos algún que otro conciertillo y echamos el rato, que es de lo que se trata; hacemos música propia», explica. También está ahora muy implicado en la Asociación del Alfoz de Lara, una organización que está impulsando muchas iniciativas originales para impulsar la zona.

Los fines de semana del invierno los suele pasar en la capital, sale con los amigos, va de cena, etc. Y con el buen tiempo, cuando a Quintanilla de las Viñas llegan los veraneantes, «hay muchas cosas que hacer en el pueblo».  

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