REDR

Artículo de opinión de Carlos Gorostiza, publicado en Vozpópuli

Llegan las vacaciones y muchas familias se disponen a pasar una temporada en el pueblo, en el suyo, el de sus padres y abuelos, de forma que la España rural, como cada año, recibirá este verano una inyección de dinero, parientes y niños, que ayudarán a mantenerla viva y también a enmascarar su lenta pero implacable decadencia.

Paraísos de chavales urbanos que, sin embargo, cuando crezcan solamente se acercarán allí en fiestas y raro será que se queden mucho más de lo que les dure la resaca, los pueblos de España languidecen poco a poco, como nos certifica, acodado en la barra del bar, el pariente que se quedó y cuyas preocupaciones se parecen bien poco a los de sus primos urbanos con quienes comparte sangre y vino.

Hay una parte de esa España rural que no volverá ya a levantarse. Es la que se ha venido en llamar la " Laponia del sur ". 65.000 km cuadrados que abarcan partes de Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Soria, Segovia y Castellón, donde la densidad de población, de menos de 8 habitantes por Km2, es similar a la del norte de Escandinavia (la media de España es de casi 92 personas por Km2).

Cuando llegaron las autopistas a conectar las grandes ciudades muchos pueblos más o menos prósperos dejaron de padecer el tráfico intenso y peligroso por su calle mayor pero a cambio, pagaron el precio de quedar convertidos en parte del paisaje de ventanilla. Hoy, con el AVE, se repetirá la misma jugada.

Muchos creímos que la tecnología de las comunicaciones abriría una vía de esperanza para pueblos y ciudades pequeñas, tan cómodas ellas que resultarían atractivas para una fuerza laboral joven y digital, que se mantendría conectada con las grandes urbes pero escogería vivir en entornos más amables que los del asfalto. No parece que la cosa haya funcionado así. Salvo excepciones, la gran ciudad sigue fagocitando su entorno, tal vez simplemente porque ofrece, y ofrecerá siempre, más oportunidades.

Por eso la mayoría de los jóvenes que aún quedan en los pueblos se preparan para marchar a la capital o, si pueden, más lejos aún, mientras sus padres echan cuentas de cuántas veces al año vendrá a verles cuando por fin se hayan ido.

El círculo vicioso se cierra cuando la despoblación aleja a la España rural del interés inmediato de la política que no sea estrictamente local. Mientras la población rural envejece, sus servicios sanitarios y sociales se deterioran, difíciles de mantener por su dispersión. El Senado creó este año una Comisión Especial sobre la Evolución Demográfica precisamente para tratar los problemas de la España rural pero también es cierto que nuestro régimen electoral, que todavía prima a las circunscripciones menos pobladas, está todos los días en el punto de mira de muchas formaciones políticas que abogan por una representación estrictamente proporcional a la población lo que, de aprobarse, dejaría de hecho todas las decisiones en manos de los habitantes de diez provincias bien pobladas y condenaría al resto al olvido, especialmente a sus zonas rurales.

Cuando acabe este verano los pueblos de los abuelos, tan animados estos días, volverán a su ritmo tranquilo y cadencioso, a la espera del próximo puente festivo o de la fiesta de alguna virgen que vuelva a traer a los hijos y nietos que fueron expatriados a las prisas del asfalto y que, como una crecida, traerán actividad, besos y vida durante unos días. Esa España sí que es asimétrica de verdad.