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Artículo de Gloria Pomarada, publicado en El Comercio.

Bustovela fue hace ya medio siglo uno más de esos pueblos que acabó echando el cierre víctima de la despoblación, una tendencia que ha ido arraigando en el Oriente década a década, hasta alcanzar los 170 núcleos abandonados en 2018. Sin embargo, en el desierto demográfico que se extiende por la comarca aparece como un oasis esta pequeña aldea canguesa, enclavada a 400 metros de altitud y que mira de frente a la Peña Verde. Gracias a este solitario caso, Cangas de Onís se ha convertido en el único concejo oriental que ha reducido el número de pueblos sin habitantes desde 2008, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Detrás de las cifras están las personas que han obrado el 'milagro'. Seis mujeres y cinco hombres de ciudad que un día decidieron abandonar Burgos, Canarias o Madrid para emprender un proyecto de vida en el medio rural. En la aldea canguesa comenzaron a trabajar en 2009, para instalarse definitivamente en 2012 después de años de búsqueda por pueblos abandonados de toda España. «Ninguno reunía las condiciones, pero cuando llegamos aquí nos pareció un valle muy acogedor. Estaba esperándonos», relata uno de los nuevos pobladores, José de la Torre, desde lo alto del pueblo que acabaron comprando tras tratar con «más de cien propietarios».

A sus pies se abre hoy la naturaleza que pervive y el pasado que renace: bancales en los que han ido plantando desde fabes a árboles frutales y once viviendas que van reparando paulatinamente. Hasta la fecha han recuperado una, en la que viven los once, y trabajan ahora en otra más situada en la parte baja del pueblo, junto a una panera que ellos mismo levantaron tras dos años de tareas y que consideran la «joya de la corona» de Bustovela.

Sin embargo, los nuevos vecinos recuerdan que son pocas las intervenciones de calado que han podido acometer por cuestiones burocráticas. Al estar abandonado, en el PGO de 2004 el pueblo se sacó del ordenamiento urbanístico. Actualmente está en marcha la modificación puntual del plan para delimitar de nuevo Bustovela como un núcleo rural, proceso que este mismo enero pasaba la tramitación ambiental. «Ser núcleo rural nos va a dar el empujón», confía De la Torre, que apunta principalmente a las licencias para intervenir en los inmuebles abandonados.

«El camino es vital»

Los suministros, explica, no suponen un problema, pues la electricidad procede de placas solares y cuentan con una traída de agua de un manantial cercano, que ellos mismos han ejecutado. «Tiene una instalación que no la hay en muchos pueblos. De infraestructuras estamos prácticamente cubiertos», sostienen. La pista de acceso ha sido reparada por el Principado a petición del Ayuntamiento cangués, explican, si bien restan aún tramos por asfaltar. «El camino es vital para este pueblo», explican en la aldea, a 16 kilómetros de la ciudad canguesa.

A los avances en el vial y la entrada en el PGO fían también la propia economía del grupo, volcada hasta ahora en el autoabastecimiento. Sí cuentan con un pequeño puesto en el mercado de Cangas al que llevan el pan de espelta o los mantecados que ellos mismos elaboran, pero en un futuro no descartan emprender algún tipo de negocio que ayude a financiar su proyecto de rehabilitación y vida en el pueblo. Reticentes a aplicarse las etiquetas de 'neorrurales' en una 'ecoaldea', se definen «simplemente como un grupo de gente que un día se preguntó cómo queremos vivir y qué queremos hacer con nuestro futuro». Un interrogante que van respondiendo en su día a día en Bustovela, «viviendo de forma amable con el entorno y entendiendo que necesitamos unos de otros».