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28/10/2013 Área: Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación Fuente: Levante
Artículo de Paco Cerdà, publicado
originalmente en Levante .
Un seminario sobre redes de innovación y desarrollo en el medio rural
critica la desigualdad territorial que perjudica a los pueblos y les insta a
cooperar entre ellos y aprovechar las políticas europeas para 2014-2020
Quien se haya pateado la Comunitat Valenciana
más allá de la A-7
y sus orillas sabe que los rascacielos de Benidorm, la riqueza citrícola de la Ribera, la exuberancia
industrial azulejera de la Plana
de Castelló y el músculo turístico de Valencia capital no son sino la anécdota
en esta lengua jorobada de tierra que topa con el Sénia y reposa en el Segura.
La mitad de la población valenciana —2,5 millones de habitantes— está asentada
en veinte ciudades, es cierto. Pero la Comunitat Valenciana
es, ante todo, un rosario de pueblos. Hay 542 municipios, y justo 300 de ellos
tienen menos de 2.000 habitantes. Todos juntos suman 211.000 vecinos, menos que
Elx. Además, hay 1,3 millones de hectáreas —el 54 % de todo el territorio
autonómico— que sólo representan el 0,03 % del PIB valenciano. Ése es el mundo
rural, el «territorio perdedor» en el proceso de desarrollo social, como
describe Raúl Compés, profesor de la Universitat Politècnica
de València y experto en economía agroalimentaria y desarrollo territorial.
Pero ahora —con motivo de las nuevas políticas territoriales de la UE para el periodo 2014-2020—
ha llegado la hora de la esperanza, un momento clave para adoptar una
estrategia nueva de desarrollo territorial que genere oportunidades para crear
territorios competitivos.
Sobre ello reflexionaron la
pasada semana en Valencia 14 expertos, reunidos por la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo (UIMP) en torno al seminario «Redes de innovación y desarrollo
local en el medio rural». En la visión general del director del seminario, el
propio Raúl Compés, lo primero es el diagnóstico. «Aunque ha mejorado mucho el
medio rural —admite—, la “cuestión rural” no se ha resuelto en España ni
tampoco en la
Comunitat Valenciana, donde hay desequilibrios territoriales
profundos. Continúa la despoblación del medio rural y la pérdida de su
territorio (por urbanización o por abandono de tierras), persiste la
“desventaja” rural por los peores indicadores de desarrollo y calidad de vida,
se ha producido un debilitamiento del capital social e institucional rural y ha
habido una pérdida de influencia política frente a los grupos de interés
vinculados al medio urbano». Es la ecuación perfecta de los perdedores: un
territorio con menos actividad económica, menos población y menos peso
político. Unas fichas de dominó derriban las otras.
Por eso, urge buscar una salida.
Hasta ahora, las políticas tradicionales de desarrollo rural se han centrado en
la modernización y el desarrollo de la agricultura. Los resultados han sido
pobres en un país donde el peso de la agricultura en la estructura económica
del medio rural es de sólo el 5,7%. Así pues, a juicio del cerebro de esta
minicumbre rural celebrada en Valencia, se necesita una visión de la ruralidad
con un enfoque «menos agrarista y más adaptado a las necesidades de la
modernidad».
«El medio rural español necesita
un nuevo modelo de desarrollo para generar empleo, crear riqueza y mantener
población». La herramienta clave —y de ahí nace esta reflexión— llegará desde
Bruselas a partir del próximo año. La nueva generación de políticas de ámbito
territorial para el periodo 2014-2020 permite que en un marco estratégico común
haya una programación multifondos. Es decir: «los territorios podrán programar
un conjunto de políticas de desarrollo teniendo en cuenta en común todos los
fondos de financiación que existen, y no por separado como ahora».
Ejemplos de sinergias
Ésa es la herramienta
burocrática. Pero la palabra clave ha de ser «redes». La creación de redes
destinadas a fomentar la innovación a partir de los recursos locales está
llamada a ser una de las herramientas más importantes en los próximos años. La
finalidad es incentivar la cooperación entre municipios para construir
territorios competitivos. La palabrería, tal vez, sea la de siempre. La
abstracción académica puede que mueva al escepticismo. Pero es la salida
destacada en este seminario. «La sinergia es ahora una absoluta necesidad»,
subraya Tomás García Azcárate, consejero económico de la Dirección General
de Agricultura de la UE.
«Los pueblos deben basar su estrategia
en la cooperación, tanto por su debilidad como porque se han roto los diques
clásicos que han separado tradicionalmente ambos medios. La búsqueda de la
cohesión territorial pasa por una nueva forma de colaboración entre
territorios», advierte Raúl Compés. El objetivo es diseñar proyectos de
desarrollo territorial rural de interés conjunto o también gestionar
estructuras imposibles de hacer de forma local. Se trata, al fin, de cambiar la
perspectiva de actuación. ¿Cómo? «Varios pueblos puden cooperar para crear un
parque industrial, un polo tecnológico, crear actividades de formación o de
prestación de servicios a las empresas, o explotar conjuntamente el
aprovechamiento de biomasa o forestal».
Confederación de territorios
Los pueblos pueden aspirar a
convertirse, por primera vez en la historia, en territorios competitivos. «La
confederación de territorios rurales permitiría crear o potenciar polos de
desarrollo capaces de competir —o de aliarse en último extremo—, en algunas
actividades, con territorios urbanos». Frente al modelo insostenible de los
años anteriores al crack de 2008, hay que buscar el valor en el desarrollo del
talento asociado al medio. El objetivo debe ser «cooperar entre territorios
rurales cuando sea posible crear economías de aglomeración que generen
concentración y crecimiento para el conjunto de ellos». Puede ser con fusiones
de municipios o no. «Es una fórmula, pero no la única», destaca Raúl Compés. Lo
importante es que se forjen «alianzas territoriales» y «que las demarcaciones
administrativas no sean un obstáculo para lograr crear nuevos ámbitos de
cooperación».
El peligro: pueblos abandonados, refugio o segunda residencia
En más del 50% del territorio
valenciano vive menos del 5% de la población total. Como han documentado Agustí
Hernàndez Dolz y José Manuel Almerich en el libro «Pobles abandonats. Els
paisatges de l’oblit» —cuyo segunda parte aparecerá a mediados de noviembre—
«el envejecimiento y el agotamiento biológico, la inviabilidad económica por la
falta de rendimiento de la agricultura o la ganadería, el aislamiento y la
falta de perspectivas continúan provocando, igual que hace un siglo, la
emigración». Ése es el temor que planea en el medio rural. Dice Raúl Compés,
profesor de la
Universitat Politècnica de València, que los pueblos de menos
de 2.000 habitantes son los que más peligro corren. Si no aplican estrategias
territoriales de cooperación y tienen una visión en red, se arriesgan a acabar
«abandonados, lugares de refugio tan sólo para aquellos que no pueden subsistir
económicamente en la ciudad, o como pueblos para una segunda residencia sin
vida propia».
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